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7 de enero de 2011

BOTAN A ARIEL ORTEGA DE RIVER PLATE

La ausencia a la primera práctica del año fue el detonante. Y ayer el técnico se lo comunicó al Burrito.

Bajo el cielo de Núñez, esta vez no llueve, tal cual ocurrió el martes, el día de la vuelta trabajo, la mañana que faltó Ariel Ortega. Sin embargo, la tormenta se genera en esa charla en la que el Burrito sabe que no volverá a ver el sol con la camiseta de River. Lo encara Jota Jota López, un técnico con poder de decisión avalado por Daniel Passarella.

-Ariel, esto no va más. No podés faltar permanentemente.

-Falté una vez. Me sentía mal.

-No faltaste una vez. Ya fueron dos veces desde que dirijo la Primera. No es posible. No te voy a tener en cuenta para este campeonato.

-Dame una oportunidad más.

-Ya está. No cambiás. Y así, no me servís. Necesito disciplina.

Palabras más, palabras menos, lo que escucha este jujeño que se corporizó en ídolo con la banda roja sobre el pecho blanco de los labios del entrenador es el punto final de su carrera en Udaondo y Figueroa Alcorta. Hoy, el volante de 36 años buscará reunirse con el presidente para encontrar la manera de salir del club en el que tiene contrato vigente hasta junio. Hasta anoche, al cierre de esta edición, el Kaiser no había respondido los continuos llamados del Burrito.

Recién llegado de Disney, donde pasó las vacaciones con su familia, Ortega utilizó la excusa del fast food para justificar un faltazo que colmó la paciencia de todo River. Desde el presidente hasta sus compañeros. De hecho, muchos de los futbolistas con los que hasta ayer compartió el vestuario Angel Labruna confesaban, por lo bajo, que se veían venir esta situación. “Era insostenible”, decían, casi de manera aprobatoria a la determinación de López. “No somos niñeras”, remarcaba Alexis Ferrero, en el playón. Quizá, los más decepcionados hayan sido Paulo Ferrari y Matías Almeyda, referentes y amigos del Burrito.

Por eso se cuidaron de charlar con la prensa, que aguardaba por ellos en el anillo, y partieron al estacionamiento a través de la pista de atletismo.
El informe del doctor Luis Seveso constató que Ortega tenía el cuadro gastrointestinal que acusó el martes. Pero Jota Jota ya tenía la decisión tomada. Se lo dijo a Passarella, que le dio la venia. Y el técnico, que se autoproclamó soldado del presidente, le dijo que no se preocupara, que él iba a asumir el costo de prescindir del jugador. Porque la borratina del Burrito tiene un costo político. Sobre todo, en esa tribuna en la que se transformó en grito de guerra cada vez que estuvo en el banco y los resultados no se conseguían de la mano de Angel Cappa.

“Me borró, me tengo que ir”, le dijo Ortega a Clarín, quien ya empezó a escuchar ofertas (ver página 59). Estaba muy golpeado el futbolista a las once de la mañana, cuando se fue del club. Pero cuentan que recién se quebró en su casa, cuando cayó que se le había terminado River. Una sensación que no percibió a las siete y media, bien temprano, cuando llegó al club, creyendo que esta vez Dios le iba a dar una mano por madrugar.

Pero se la soltaron. Ya había quedado claro hace un mes, cuando brilló por su ausencia antes del partido con Estudiantes y en el club nadie se preocupó por cubrirlo, como había pasado en otras oportunidades. Ni siquiera los problemas que sufre por su adicción al alcohol lograron conmover a Passarella y compañía. “Si no se deja ayudar...”, deslizaron en Núñez. Y recordaron que no es la primera vez que Ortega pasa por una situación similar. Hace tres años, cuando lo marginó Diego Simeone por su falta de disciplina, su salida a Independiente Rivadavia de Mendoza tenía como eje un tratamiento para su recuperación en una clínica de Chile. Sin embargo, el Burrito lo discontinuó.

Este no es un punto menor. Aquellos que conocen la intimidad de Ortega están inquietos porque temen que pueda caer en un pozo depresivo. Y el recuerdo de aquella pretemporada de hace cuatro años, en la que el Kaiser era el entrenador, son negros. Cuentan que intentó hacer una locura, que lo detuvo Eduardo Tuzzio en una ventana del hotel Costa Galana de Mar del Plata, el mismo búnker que eligió River para iniciar la puesta a punto física, desde el domingo, en esas mismas arenas.

Antes de las Fiestas, en el barrio Bajo La Viña, de Jujuy, Ortega fue detenido por intentar calmar a su primo, quien discutió con su mujer. Estaba con un amigo y la Policía detectó que había tomado “unas copas de más”. Pasó la noche en la seccional 50, producto de la contravención, y fue liberado.

El escenario se modificó drásticamente para el Burrito. River, su segunda casa, le marcó la puerta de salida. Y nada parece indicar que vaya a revertirse la situación. Incluso, a pesar del afecto que tiene Passarella por Ortega. “Con Jota Jota no va a joder”, había advertido el Kaiser. Y tenía razón. Tampoco lo hará con él.

La charla que el jugador espera tener hoy con el presidente será decisiva. Mientras tanto, en el Monumental vacío, una ovación languidece. El “Orteeeega, Orteeeeega”, ya parece parte de la historia de River. Historia antigua.

Clarin.com

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