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13 de mayo de 2010

ATLÉTICO DE MADRID ES EL CAMPEÓN DE LA LIGA EUROPEA

Treinta y seis años después, el último segundo fue rojiblanco, por una vez el Atlético se entronizó con honores cuando se le escurría otra oportunidad de alcanzar el Olimpo.


A una campanada del cierre, como aquel Bayern del 74 que tanta pupa le hizo con el punterazo de ese mocetón alemán llamado Schwarzenbeck en su única final de la Copa de Europa, una maravillosa espuela de Forlán hizo bingo para el Atlético. Hamburgo se tiñó de roja y blanca, como la cercana Stuttgart de 1962, sede hasta ayer del primer y último título europeo del Atlético, anoche con la solera de antaño.

No fue una faena de aliño. Para el Atlético no hay alfombras, ya se sabe que en su genética hay un embrujo especial, algo de masoquismo. Está de nuevo en los altares y con todo merecimiento. Ha resistido en una competición asfixiante, inacabable. Ante un entusiasta y resistente Fulham, el broche final mereció la pena.

Forlán, majestuoso otra vez, le puso el lazo en la prórroga y se hizo justicia. Sin alardes, el Atlético fue mejor. Su delantera tiene un encanto especial, le sobra ingenio. Agüero y Forlán, Forlán y Agüero no son materia gris precisamente. A ellos, en gran medida, les debe Neptuno su dulce despertar.

Visto el cartel, el linaje respaldaba al Atlético, que alguna vez tuvo otro rango. Nada comparable al desierto del Fulham: 131 años de vida a la espera de una final, de cualquier final. Su primer asalto le había costado 18 partidos y un tour de miles y miles de kilómetros desde su estreno en la competición el pasado 30 de julio. Historias al margen, en el presente el gran desequilibrio entre ambos lo marcan dos prodigiosos delanteros rojiblancos.

El Atlético, con una plantilla corta y un curso maratoniano, cuelga del Kun, un pícaro con cara de dibujo animado, y Forlán, gol puro forrado de abdominales. El Fulham no está en la burguesía del fútbol británico, no hay estrellas en su firmamento.

Su fortaleza es el colectivo, su espíritu gregario: le mueve Murphy, percute Zamora y amenaza Gera, que apunta al mejor jugador producido por Hungría en décadas. Es un equipo muy ortodoxo, nada cosmético, pero toca dos teclas y las sabe tocar. Ante el mayor repertorio futbolístico del Atlético, que siempre tuvo más cerca el podio, ofreció respuestas y apretó la mandíbula.

Es costumbre que las finales despeguen al ralentí. Todos quieren saber de qué va el adversario, el tanteo es inevitable. La cita de Hamburgo no fue una excepción. Anudado como estaba el partido, sólo podía descorcharse con una trenza de Agüero y Forlán, la etiqueta del mejor Atlético, o una embestida de Bobby Zamora, el sabueso del Fulham, que, renqueante, aguantó una hora. Y así fue por ambas partes.

A un eslalon de Reyes respondió el Kun con un tiro dislocado, al que estuvo atento el ariete uruguayo, tantas veces sostén de los suyos. No faltó a la gran cita. La ventaja madrileña era consecuencia de la facilidad de sus atacantes para desestabilizar el débil dique defensivo inglés, con dos centrales poco sutiles como el gigantón Hagenland y Hughes.

El Kun y su socio charrúa les sacaban de rueda con una facilidad pasmosa. El poste derecho de Schwarzer ya había escupido un zurdazo de Forlán antes de que hiciera diana. El portero australiano también había sido exigido en un lanzamiento picante de falta de Reyes.

No había novedad en el despliegue de uno y otro equipo, que van justos de fútbol. Donde el Atlético buscaba a sus pretorianos, el Fulham descargaba el juego de forma machacona sobre Zamora, un pívot que maneja muy bien su carrocería. Mejor anclado por Domínguez, para Perea, más liviano, fue una cruz.

Como era previsible, por esa vía llegó el empate inglés. Zamora hizo descarrillar al central colombiano, que se empotró en el suelo tras un cuerpo a cuerpo, y la jugada derivó hacia Gera. El centro de éste, tras un desvío desafortunado de Assunçao con la coronilla, cayó a pies de Davies, a un palmo de la línea de gol. De Gea estaba sentenciado.

A falta de centrocampistas, al Atlético le cuesta gobernar el juego. Los laterales no son profundos, Assunçao tira de pico y pala, Raúl García no tiene peso y Simão y Reyes son delanteros desde las orillas. Juegan en una dirección y a la máxima velocidad posible. Sin tránsito, al Atlético no le queda otra que tirar los dados cerca del área rival. Por esa periferia, Agüero y Forlán le dan otra jerarquía. Su despliegue en la final fue extraordinario. Quique Sánchez Flores les dio todo el auxilio posible. Fundidos Reyes y Simão, les escoltó con Jurado y Salvio. No hay más.

El mayor empuje final del conjunto español llegó también propiciado por la retirada de Zamora, lesionado los días previos. No es que sea un estilista o tenga dotes para el Bolshoi, pero él es el guión del Fulham. Dempsey, su relevo, el estadounidense que despachó a España en la última Copa Confederaciones, tiene menos gancho.

Así, el Atlético se fue a la prórroga desde el área de Schwarzer. Tras diez meses de competición, la primera Liga Europa aún tenía cuerda. Ahí la tuvo el Kun tras otra magnífica jugada de Forlán. Otra evidencia del mayor empeño ofensivo colchonero. En las prórrogas los depósitos se secan. A Forlán, no. Agüero, cómo no, le encontró de nuevo. Esta vez no fue casual como en el primer gol.

La maravillosa espuela del uruguayo cuando faltaba un suspiro para los penaltis devolvió al Atlético a la cima. Gloria para Neptuno, tanto tiempo con telarañas.

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