Holanda selló la defunción de Brasil. Y de Dunga. En un volcánico partido, el pentacampeón del mundo descubrió la vergüenza de la derrota cuando lo tenía todo, prácticamente, en la mano.
El partido era suyo, el camino hacia la final despejado, y, de pronto, a Julio César, el mejor portero del mundo, le dio por salir a buscar un balón en su área y se encontró con el billete de vuelta a casa en su bolsillo. Así de simple. Hasta esa jugada, Holanda era una pura ruina. Desde esa jugada, que cambió el partido y el Mundial, Holanda se levantó para llegar a las semifinales, mientras Brasil lloraba de rodillas.
El drama se había consumado y el fútbol, que a veces entiende de justicia poética, castigó a la seleçao. Holanda empezó el partido perdiendo, temiéndose lo peor. A los 10 minutos, un excelente pase de Felipe Melo, el hombre del partido, para lo bueno y lo malo, permitió demostrar a Robinho que no solo tiene velocidad sino también precisión.
Un hermoso gol para iniciar el camino a la final, pensó Brasil. ¿Y Holanda? Ni se había enterado de que el encuentro había comenzado, con un Robben enredado en esos regates inútiles que tanto ha prodigado en su carrera.
Brasil tenía la pelota con calma tras el gol de Robinho que transformó a Holanda en un equipo sin alma. Kaká, otro madridista que abandona el Mundial sin dejar huella, al igual que Cristiano Ronaldo, tuvo la posibilidad de sentenciar el partido con un envenenado disparo.
Pero la mano de Stekelenburg, tras un plástico vuelo, evitó el 2-0 y reanimó, de paso, a sus compañeros. En la primera parte, Brasil se sentía la dueña del mundo, mientras Holanda se desesperaba, incapaz de hallar el hilo al partido.
Todo cambió en una jugada. Todo cambió cuando Julio César, supuestamente el mejor portero del mundo (al menos hasta ayer) voló para despejar una pelota lanzada por Sneijder desde la banda derecha y cuando se giró descubrió que estaba besando la red después de haber tocado en la cabeza de Felipe Melo, el chico que lo hizo todo. Dio el pase de gol a Robinho, metió un gol en propia puerta, ayudado por ese error infantil de Julio César, luego pisó a Robben con toda su ira y fue expulsado.
Ahí tiene Brasil, tal vez, la coartada para argumentar una caída tan inexplicable como indefendible.
Pero no le servirá de defensa a Dunga. El partido era suyo, solo suyo. No lo podía dejar escapar. Cuando se dio cuenta, Holanda había terminado con ellos gracias a los regates de Robben (desquició a Bastos y sacó de sus casillas a Felipe Melo) y la cabeza de Sneijder, otro exmadridista que sí triunfa en Suráfrica.
En la segunda mitad, la selección de Van Marwijk, un técnico casi anónimo que ha conseguido el mayor éxito desde 1998, se levantó con la técnica de Sneijder y la estrategia del técnico. Hacía 12 años que no entraba en las semifinales del Mundial.
Un fallo de Julio César y un córner defendido horriblemente por Brasil como niños desorganizados permitió a Sneijder (Felipe Melo se lo miró en primera fila) cabecear el gol que les enterró. Presa del pánico, la seleçao se despidió del hexa porque renegó de sus ideas. Y acabó derrotada y desnuda. Sin nada.
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