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29 de abril de 2010

INTER DE MILAN CON 10 DEFENSAS ELIMINA AL BARCELONA

Se había pedido ovación para los jugadores con la clasificación o sin ella, pero los futbolistas no esperaron a ver la reacción del público.

Barcelona se cansó de ser el mejor equipo del planeta. Esta vez tiró la toalla ante un brutal 'catenaccio' impuesto por el Inter de Milán en el Camp Nou, para dejar la corona vacante en la Champions League.


Gerard Piqué anotó el único gol del partido al minuto 83 para decretar el 3-2 global, que le dio el pase a los interistas a la final del torneo que disputará ante el Bayern Múnich.

La escuadra culé se atascó de balón, la imaginación al frente la perdió durante los 90 minutos y está vez Lionel Messi, el mejor jugador del mundo, brilló por su ausencia en el campo y las jugadas vertiginosas quedaron para mejor ocasión.

Finalmente, el Inter, quien jugó con diez hombres desde el minuto 27 por la expulsión de Thiago Motta, dio cátedra a la defensa. Zanetti no dejó hacer nada a Messi, mientras que Lucio y Samuel fueron unas auténticas murallas que no dejaron pasar nada.

Al Barcelona lo abandonó la fortuna, ya que en la reposición Xavi Hernández consiguió lo que parecía el gol del milagro, pero el árbitro apagó los festejos de un tajo al haber marcado una falta antes de que se mandara la pelota a las redes.

La escuadra catalana peleó hasta el final para mantener la corona, pero la fuerza del Inter fue más intensa y esto los llevó a mantener el marcador a su favor y conseguir el boleto para pelear el título de Europa.

El Camp Nou hizo su parte y se convirtió en el jugador número 12, pero ni con dos más supo el Barça meterle mano al Inter. Se vistió de gala antes de lo habitual y se maquilló para la fiesta, pero es como si le hubieran dejado tirado. Su acompañante, el equipo y, sobre todo, los goles, porque uno sí lo hizo, nunca llegaron. Lo único que pudo hacer el estadio blaugrana es sentarse a beber solo, soltando gritos que buscaban respuesta en forma de remontada, pero que se perdieron en el vacío.

Amaneció el Camp Nou al ritmo que el micro de Pep Callau marcaba. Fueron las ocho de la tarde y la gente seguía abarrotando los accesos urbanos al Camp Nou. Para llegar a esa hora debían pedir permiso al jefe para no trabajar por la tarde. Los que ya ocupaban sus asientos eran esos jefes o bien sus antiguos empleados, ahora en el paro.

La clase media fue tomando posesión poco a poco, antes de lo habitual, eso sí, pero no a la hora que el equipo había pedido luciendo la famosa camiseta. No pasa nada. Cada estadio, cada afición, tiene sus rutinas y cambiarlas, además de poco higiénico, es antinatural.

Pero por probar que no quede. Tampoco fue necesario llegar antes para disfrutar de la piel de gallina colectiva que supuso un mosaico que, más que 90.000 cartulinas, parecía una obra de arte. Efímera, pero obra de arte al fin y al cabo. Brazos al aire, la afición aguantó varios minutos la imagen, suficientes para que quedase inmortalizada para siempre. Y, a partir de ahí, a disfrutar. Del ambiente, de los cánticos, de la expulsión de Motta... De todo, menos de los goles.

La primera mitad fue sosa en ocasiones, aunque el Camp Nou nunca dejó de rugir. Lo hizo para animar a su equipo, para desestabilizar al rival y para explicarle al colegiado lo que es una amarilla y lo que es una roja. El estadio blaugrana es de los que se calienta más con la injusticia que con su propia alegría. Ayer no fue la excepción y la expulsión de Milito provocó la intensidad sonora más fuerte de la noche hasta aquel momento.

También hay que decir que los seguidores blaugrana aguantaron muchísimo para no tomarla con José Mourinho –se había avisado durante toda la semana que él no era el objetivo–, pero no pudo más y, tras la expulsión de Motta, estalló. “Ese portugués...” fue, curiosamente, el grito elegido. Pero se olvidaron rápido.

Ayer no era el día de ‘Mou’, era el día del Barça y era, fue, el día de sus jugadores, que supieron jugar en inferioridad numérica y que demostraron estar preparados para los grandes retos. Porque jugar con un ambiente como el que ayer vivió el Camp Nou como visitante es un gran reto.

Salió Bojan y animó la fiesta, marcó Piqué, un central grande, muy grande, majestuoso, y el Camp Nou, entonces sí, se vino abajo. Pero era tarde y el whisky llegaba a su fin. No había más hielo y, por mucho que hubieran ganas, uno fue todo lo que se pudo hacer.

Nadie se disfrazó de Iniesta, pese a que a Bojan le anularon un gol por manos previas de Touré. La afición se marchó cabizbaja y pensativa. ¿Qué hemos hecho mal? La respuesta es sencilla: nada. Todo lo contrario, pero el fútbol es tozudo y seguirá clamando que no ha habido nadie en la historia que logre ganar dos Champions League consecutivas. Ni el mejor Barça de la historia, que nadie lo olvide.

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